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GUÍA PARA COMPRENDER LA POLÍTICA EN AMÉRICA

María Ramírez

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Eduardo Suárez

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Eduardo Suárez

Así fue la última convención abierta: lecciones para 2016

Marzo 13, 2016

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María Ramírez

Así fue la última convención abierta: lecciones para 2016

 

En agosto de 1976 el presidente Gerald Ford se pasó cuatro días en el hotel Crown Center de Kansas City, Misuri. Llegó el domingo a la convención republicana en la que al candidato le tocaba hablar el jueves siguiente. Le montaron una suite con decoración que intentaba imitar al despacho oval de la Casa Blanca.

Por la mañana, el presidente firmaba leyes y departía con sus asesores sobre los asuntos de Estado. Por la tarde y por la noche, hacía llamadas a los delegados y daba discursos a sus seguidores para animarles a que presionaran a sus partidos locales. Ford se reunía con delegados de lugares tan poco poblados e insignificantes en las presidenciales como Guam o Wyoming. Cada voto contaba en una convención dividida entre él y Ronald Reagan.

En plena convención se murió un delegado de Long Island que apoyaba a Reagan y su sustituto se pasó al presidente. Pero unas horas antes de la votación aún no se sabía si Ford conseguiría desbaratar el apoyo de su rival a la derecha. La escenas aún se parecían a las de la campaña. Un grupo de seguidores de Reagan invadieron el hall del hotel Crown Center y se pusieron a dar vueltas en círculo alrededor de los de Ford gritando “We want Reagan! We want Reagan!“. Los de Ford, según contaba entonces el New York Times, tardaron en reaccionar antes de contestar con cánticos similares a favor de su candidato.

La negociación

Después de una campaña de primarias que se había alargado hasta junio, Ford no había conseguido llegar al umbral necesario de delegados para ser proclamado candidato. Tampoco tenía los suficientes Reagan, que había ganado en los últimos estados dejando al presidente al borde del número para la declaración oficial.

Las semanas de negociación con los delegados que no estaban comprometidos con ningún candidato tampoco habían bastado para asegurar los votos. Tras su derrota en California, el equipo de Ford se había dedicado a hacer informes sobre todos los delegados clave, con su formación, su historial político, sus preferencias y las posibilidades de convencerlos.

Eso es lo que volvería a suceder en 2016 si el 7 de junio, el día que vota California y el último de las primarias republicanas, no hubiera un candidato con 1.237 delegados, la meta que aún queda lejos para todos los candidatos. Las semanas siguientes serían una negociación para convencer a los que no tienen compromiso de voto cerrado por las reglas de su estado o a los que tienen su voto ligado a candidatos que se han retirado.

Las sorpresas

La clave de una convención abierta son los asesores capaces de dar golpes de efecto y de conspirar para sorprender al candidato o candidatos rivales.

Ford tenía más delegados a su favor, pero la campaña de Reagan estaba entonces en manos de un hábil y joven estratega que siempre tenía una nueva idea, John Sears. A él se le ocurrió defender un cambio de reglas que obligara a Ford a presentar un candidato a vicepresidente que no tenía listo. “Nuestra mejor oportunidad, probablemente nuestra única oportunidad, es forzar la mano de Ford sobre la vicepresidente y esperar que cometa un error que le cueste algunos delegados”, explicaba Reagan. Todo esto mientras el presidente tenía 1.119 delegados, 11 menos de los necesarios entonces para asegurar la candidatura, y Reagan, 1.034.

Reagan se la había jugado en su propia elección de vicepresidente, el senador Richard Schweiker, más moderado que él y que había hecho ganar apoyos por ejemplo en su estado, Pensilvania, pero también perder algunos sureños. Los de Reagan no consiguieron cambiar las reglas y al final Ford logró convencer a 30 delegados clave de Mississippi.

Entonces Ford era percibido como el candidato más serio, más aburrido y más sensato. Pero sus posibilidades de ganar contra Jimmy Carter eran limitadas por las ganas de cambio tras el Watergate que había obligado a dimitir a Richard Nixon y que había hecho a Ford presidente de rebote. El punto débil de Ford es que era un hombre con poca proyección hacia delante. “Unas elecciones no son un juicio sobre el pasado tanto como una apuesta sobre el futuro. Los votantes están más interesados en dónde vamos que en dónde hemos estado”, escribía James Reston en el Times el 17 de agosto de 1976.

La prudencia prevalece

La última convención abierta tenía emoción, pero incluso entonces estaba más o menos claro que Ford acabaría consiguiendo el apoyo de los pocos delegados que le faltaban. La sensación entre los delegados es que era un golpe demasiado duro rebelarse contra el presidente y darle la candidatura a Reagan, que entonces parecía demasiado conservador para el país. Después de la fiesta, la prudencia prevalecía.

Pero los periodistas y analistas políticos entonces estaban entusiasmados con una historia no habitual. La situación se comparaba a 1884, cuando también otro presidente, Chester Arthur, había sufrido entre los suyos. O a 1912, cuando el ex presidente Teddy Roosevelt se había presentado contra el presidente Taft en la contienda que se considera el origen de las actuales primarias.

El enfrentamiento entre los republicanos entonces era el clásico que se ha repetido durante décadas, entre los grandes estados de las costas, que en este caso apoyaban a Ford, y los del sur y parte del oeste del país, que apoyaban a Reagan.

La contienda que 40 años después puede llevar a otra convención abierta no responde, en cambio, a la misma división tradicional. También hay un candidato conservador que funciona bien en el sur, como Ted Cruz, pero el fenómeno de Donald Trump no se corresponde por su perfil con el del clásico moderado aunque le vaya bien en estados como Massachussetts.

La división, en este caso, además podría llegar a mantenerse entre más candidatos. Marco Rubio, si gana este martes en Florida, y John Kasich, si vence en Ohio, aspiran a aguantar hasta la convención con la esperanza de que en un escenario abierto puedan aparecer como salvadores del partido. Pero en la situación que buscan estos dos candidatos también podría presentarse uno nuevo fuera del proceso de primarias.

Menos votaciones, más tranquilidad

En 1976 sólo hubo una votación, la que ganó Ford. Fue un escenario relativamente tranquilo y muy diferente de anteriores convenciones abiertas. El récord lo tienen los demócratas, que en 1924 votaron 103 veces en su convención en el Madison Square Garden de Nueva York hasta conseguir apoyos suficientes para un candidato. Entonces ganó John Davis, que después perdió en noviembre contra el presidente Calvin Coolidge.

En 2016, a mediados de julio en Cleveland, si la convención llegara sin candidato podría haber varias rondas. En la primera, el 90% de los delegados tienen que respetar el resultado de su estado. En la segunda votación, dos tercios de los delegados, unos 1.800, ya no tienen ese compromiso. El grado de obligación va bajando en cada voto hasta que los representantes de cada territorio pueden acabar siendo completamente libres para decidir a quien entregar su apoyo.

El escenario en cualquier caso, como el de hace 40 años, es el de un partido fragmentado y débil frente a los demócratas. Aquel agosto de 1976 los de Reagan se resistían a marcharse. Al final, consiguieron que su candidato subiera al escenario y también hablara. No estaban satisfechos con el resultado.

Ford repetía que quería unir el partido, pero no tenía el mensaje adecuado para aquel año. “Respeto las convicciones de los que quieren un cambio en Washington. Yo también quiero un cambio después de 22 años de mala gestión de la mayoría (demócrata), cambiemos el Congreso de Estados Unidos”, dijo en su discurso de aceptación de la candidatura. También intentaba alabar a su rival: “Después de los ataques de los últimos meses, sienta muy bien tener del mismo lado a Ron Reagan”.

El deseo de cambio

Al contrario que Trump, Ford, que ya había probado los límites de la presidencia, no prometía una solución para todos los problemas de los estadounidenses. “El presidente de Estados Unidos no es un mago que pueda agitar una varita mágica o firmar un papel que acabe de manera instantánea con la guerra, cure la recesión o haga que la burocracia desaparezca”, dijo Ford en su discurso en la convención.

Pero en su caso el deseo de alguien nuevo que prometiera una vida nueva era más fuerte por los años de la guerra en Vietnam, la crisis económica por el precio del petróleo y la dimisión inédita de Nixon, símbolo de la política del engaño. Ford había conseguido distanciarse de su ex presidente, pero difícilmente podía representar nuevos tiempos.

En el caso de 2016, la bandera de lo nuevo la pueden coger varios aspirantes republicanos: además de Trump, Cruz y Rubio sólo llevan un mandato en el Senado, tienen 44 años y ascendieron por el impulso del Tea Party, un movimiento al margen del establishment.

El efecto se pasa en noviembre

El 2 de noviembre de 1976, Ford perdió contra Jimmy Carter por dos millones de votos o algo más de dos puntos porcentuales.

Sin embargo, al principio de la campaña Ford había ido hasta 33 puntos por detrás del demócrata, dañado por el hartazgo de la Administración republicana, las divisiones internas de su partido y la convención. En las últimas semanas había conseguido cerrar la brecha.

El efecto de la convención abierta se había pasado en noviembre, pero no el del rechazo contra Washington.

    María Ramírez

    Reportera y analista política de Univision Noticias. Nació en Madrid en 1977 y estudió Periodismo en la Universidad de Columbia con una beca Fulbright. Trabajó durante 15 años como corresponsal de El Mundo (España) en Nueva York, Milán y Bruselas. Fundó la web de innovación periodística #nohacefaltapapel y el diario El Español. Colabora con NY1 Noticias. Es autora de La Carrera: Retrato de 10 candidatos cuyo ascenso marca el futuro de América (2012) y Marco Rubio y la hora de los hispanos (Debate, 2016). @mariaramirezny

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