Así se atrevió Marco Rubio a desafiar a la dinastía de los Bush
Febrero 21, 2016
Este texto es un extracto del libro ‘Marco Rubio y la hora de los hispanos’ (Vintage, 2016), que está disponible en este enlace. María Ramírez y Eduardo Suárez presentarán el libro el 3 de marzo en Nueva York en la librería McNally Jackson y el 6 de marzo en Miami en la librería Books & Books.
La luz empieza a flaquear por los grandes ventanales del salón de la Torre de la Libertad, al borde de la bahía de Miami. Cientos de personas con móviles y tabletas en alto llenan el recinto serpenteando entre las columnas con capiteles corintios de color dorado que se alzan sobre la moqueta naranja, estampada con rombos, hojas y flores. El techo abovedado del que cuelgan lámparas de hierro está iluminado por una proyección de estrellas. Por los altavoces, suena el rapero Pitbull.
Este 13 de abril de 2015, ante el millar de personas que caben en la sala principal de la torre, el mensaje de Rubio suena igual que el de la convención republicana de 2012 o el de su primer discurso en el Senado en 2011. En varios pasajes las frases son idénticas palabra por palabra. También las que le hacen emocionarse ligeramente, como la que incluye la referencia a las llaves de su padre sonando en la puerta por la noche después de una larga jornada laboral.
“¡Te está mirando!”, grita en inglés un entusiasta seguidor en referencia al difunto Rubio.
Las frases son las mismas y hay un teleprompter pero el candidato está algo más nervioso que de costumbre: se traba en alguna palabra y tiene que volver a arrancar alguna cita desde el principio para que le quede tan solemne como desea para la ocasión. El discurso lo tiene asimilado desde hace años, preparado con su parte pesimista sobre el presente y su parte optimista sobre el futuro, con su apertura chistosa sobre algo físico e inmediato (“esto sí que son un montón de móviles”, dice al llegar al escenario) y su cierre esperanzador.
Pero lo que distingue esta vez su discurso es un desafío contra los miembros de dos dinastías: Hillary Clinton (67 años) y Jeb Bush (63). Ambos están en posiciones de poder desde los años 90 y ambos tienen más bagaje familiar del que querrían en 2016.
Las referencias a los dos parecen obvias. “Los americanos estamos orgullosos de nuestra historia, pero nuestro país siempre tiene la vista puesta en el futuro. Ante nosotros tenemos la oportunidad de escribir el mejor capítulo hasta ahora de la increíble historia de América. No podemos hacer eso volviendo a los líderes y a las ideas del pasado. Debemos cambiar nuestras decisiones cambiando a la gente que las toma”, dice Rubio. Entonces está a punto de cumplir 44 años aunque aparente menos por su sonrisa infantil y su piel lisa. Defiende con fuerza el valor de su generación.
“It’s your turn!”, grita un seguidor.
“Ahora ha llegado el momento de que nuestra generación lidere el camino hacia un nuevo siglo americano”, dice el candidato.
Rubio termina dando la bendición y el paso habitual a la familia en el escenario. Mientras se despide, suena por los altavoces la canción Something New.
Rubio es el candidato más joven entre los republicanos en 2016 y es el que puede decir que es alguien nuevo, con un mensaje que recuerda mucho al de Barack Obama. Los Bush y los Clinton ya estaban en el poder y eran millonarios cuando Rubio luchaba por pagar su deuda universitaria y hacer carrera mucho más allá de lo que nadie en su familia podía imaginar.
En el día de su anuncio no hay políticos nacionales ni pesos pesados del partido de Florida. Amigos como la influyente analista Ana Navarro se han ido con la campaña de Bush.
Para muchos en su entorno, la candidatura de Rubio una traición al mentor, al hombre que él mismo definía en su autobiografía como “el patrón oro del republicano de Florida”. Desde que Jeb Bush le dio aquellos primeros 50 dólares para su campaña para ser concejal en West Miami, el gobernador ha sido para el joven político una especie de confidente, padrino y consultor.
Antes de que anunciara su candidatura, amigos y enemigos eran escépticos sobre la posibilidad de que Rubio se atreviera a lanzarse sin el permiso del ex gobernador.
“Creo que Marco no se va a presentar porque se va a presentar Bush. Los Bush son como una monarquía en Florida. Marco les debe mucho, empezó a recaudar mucho dinero porque Bush movilizó el dinero de las petroleras de Texas”, explicaba unos meses antes un político demócrata que los conoce bien a los dos y que no quería ser citado temeroso de que cualquier declaración influyera en las ajustadas elecciones a las que se presentaba. “Creo que Bush lo tiene más fácil. Ha sido más cauteloso en política nacional. Es uno de los pocos a los que les puede ir bien”.
Lincoln Díaz-Balart, ex congresista y persona muy influyente entre los republicanos de Miami, elogiaba entonces al ex gobernador de Florida. “Nunca vi a alguien con esa combinación entre big thinker y detail man. Le mandas un email y te contesta en un par de horas y al mismo tiempo es un estratega y un pensador sobre los grandes asuntos. Es un extraordinario ejecutivo. Cada vez que su hermano tenía una crisis nos juntábamos para decidir qué hacer”.
El anuncio de Bush
Díaz-Balart no estuvo con Rubio en la Torre de la Libertad. Pero sí acudió al anuncio oficial de la candidatura de Jeb Bush, que se celebró en Miami-Dade College en junio de 2015.
“Muchas de las personas que hoy apoyan a Bush te dicen que Marco Rubio en ocho o diez años será la estrella del partido republicano”, decía en agosto de 2015 la locutora cubanoamericana Ninoska Pérez, que hablaba animada de “Jebcito” y de sus propuestas, mientras destacaba la “desconfianza” que podía producir “la juventud” de Rubio y “el desperdicio” que suponía que dejara de ser senador.
Los defensores de Rubio, en cambio, tenían claro el contraste entre los dos. “Bush es el siglo XX. Marco es el siglo XXI”, decía Johnnie Byrd, presidente de la Cámara de Representantes de Florida unos años antes que Rubio.
Según Byrd, Bush actuaba como si la Casa Blanca le perteneciera: “¿Alguna vez ha dicho por qué quiere ser presidente? Va por ahí diciendo que es hispano pero no lo es. ¡Es un Bush! Marco y su familia se vieron obligados a ganar poco a poco todo lo que tienen. Son como el día y la noche. Ni siquiera puedo imaginar que Bush vaya a imponerse a un joven tan inteligente y dinámico como Marco”.
Byrd siempre fue uno de los grandes críticos de Bush durante sus años en Tallahassee. Ahora se quejaba de que el gobernador escuchaba poco: “Nunca le interesó nada que dijera yo o que dijera otra gente. No sé dónde se informaba a la hora de tomar decisiones. Era como una calle de una sola dirección. Era un líder sordo”. También tenía claro lo que ocurriría en esta carrera presidencial: “Marco convierte a sus enemigos en amigos y Jeb convierte a sus amigos en enemigos”.
Socios en Tallahassee
Al aceptar con 34 años el cargo el 13 de septiembre de 2005, Marco Rubio hizo un discurso solemne en la Cámara de Representantes de Tallahassee. Lo acompañaban aliados como Modesto Pérez o Rebeca Sosa y colegas de West Miami que cogieron un autobús y se hicieron el viaje de siete horas para verlo hablar. Su discurso fue transmitido por Radio Martí, la emisora cubana fundada por Jorge Mas Canosa con la ayuda de Ronald Reagan en 1985 y financiada por el Gobierno federal.
En la sala, según cuentan varios testigos, hubo lágrimas. “Tears in the House. Marco tiene el poder de mover a las personas”, dice Carlos Díaz-Padrón, que fue concejal y después alcalde de West Miami.
“Allí se presentó como un producto de refugiados que habían puesto su sueño a un lado para que él pudiera vivir el suyo. Y eso en esencia refleja no sólo a sus padres sino a los padres de todos nosotros que llegaron a este país”, dice Ninoska Pérez, que lo vio en directo por primera vez ahí.
Aquel día Rubio lucía una gran flor roja en la solapa y hablaba en un tono más pausado que de costumbre. A cada uno de sus colegas le dio un libro en blanco y le animó a llenarlo con propuestas para mejorar la vida de sus ciudadanos. Al final del acto, Jeb Bush regaló a Rubio una espada dorada, más pequeña que el sable samurái.
Al gobernador le quedaban apenas unos meses en Tallahassee y aquel regalo se percibió como un gesto hacia un joven que podía preservar su legado. “No puedo pensar en un momento en el que haya estado más orgulloso de ser republicano, Marco”, dijo Bush desde la tribuna de oradores del Capitolio antes de explicar entre risas que la espada pertenecía a “un gran guerrero místico” llamado Chang.
“Chang es alguien que cree en los principios conservadores”, proclamó el gobernador. “Cree en el capitalismo emprendedor y en los valores morales que sostienen a una sociedad libre. Confío en Chang con mucha regularidad en mi vida pública. Ha estado a mi lado y a veces lo he defraudado pero él nunca me ha defraudado a mí”.
Durante años, la espada estuvo en un lugar de honor del despacho de Rubio, que siempre percibió como un ejemplo la carrera del gobernador. El nuevo speaker aprovechó la salida de Bush para contratar a algunos de sus asesores.
Detalles así propiciaron que Rubio fuera percibido como una especie de criatura de los Bush durante sus años en Tallahassee y potenciaron su enfrentamiento con Charlie Crist, que sucedió a Jeb en enero de 2007 y a quien el joven hispano derrotó en la carrera al Senado de 2010.
El permiso de Jeb
Bush y Rubio se conocen demasiado bien y desde hace mucho tiempo. Ambos construyeron su carrera en Florida y durante dos décadas se movieron en la misma burbuja de asesores y aliados políticos. Rubio durmió durante unos meses en Tallahassee en el sofá de Danny Díaz, que hasta este sábado era el jefe de campaña de Bush.
Las elites republicanas de Florida nunca creyeron que Rubio se fuera a presentar este año a la carrera presidencial. Pensaron que seguiría el protocolo de diciembre de 2008, cuando fue a ver a su mentor para saber si se presentaría al escaño en el Senado que dejaría vacante Mel Martínez unos meses después.
Entonces Rubio pidió permiso al ex gobernador. Bush le llamó en enero de 2009 para decirle que no se iba a presentar. Esta vez el senador hispano no escuchó las voces de los amigos comunes que le aconsejaron esperar su oportunidad.
Muchos de los republicanos que ahora arropaban a Bush ni siquiera apoyaron a Rubio como senador en la campaña de 2010. Los hermanos Díaz Balart respaldaron entonces a Charlie Crist y el influyente Al Cárdenas quedó con él para convencerle de que abandonara en uno de los puntos más difíciles de la campaña.
Cárdenas es una persona muy importante en esta historia: él fue quien le dio a Rubio su primera donación y su primer empleo como abogado y quien lo introdujo en el círculo de Jeb Bush.
El propio Cárdenas reconocía en mazo de 2014 que Rubio se había “ganado su propio derecho a tomar su decisión” sin esperar a Bush pero se pronunciaba en contra de la competencia. “Nunca en la historia del país ha habido dos candidatos presidenciales del mismo estado en una contienda reñida. Sería algo que nunca hemos visto antes”, decía entre las bambalinas de la conferencia conservadora CPAC en Washington. “Espero que no se presenten los dos”.
“Yo sé que Jeb lo admiró y lo admira mucho”, decía sobre Rubio el ex congresista Lincoln Díaz-Balart en febrero de 2014. Marco esperó a presentarse al Senado hasta saber que Jeb no se presentaba y yo creo que Marco ahora está esperando también”.
Díaz-Balart desvelaba entonces que Bush se lo estaba pensando y aseguraba que sería “un presidente extraordinario” pero advertía que debía considerar si era posible ganar “con el legado de su padre y de su hermano”.
“La decisión de Jeb pesará sobre la de Marco”, decía el dirigente republicano. “El futuro de Marco es ilimitado. Tiene una gran juventud. Pero a mí me gustaría que fuera Jeb. Eso no quiere decir que no piense que Marco es un líder extraordinario. Estoy seguro de que él también levantaría esta nación y representaría la causa de la libertad. Pero el hombre mejor preparado para levantar el país de nuevo es Jeb”.
La madrina de verdad
La verdadera madrina de Marco Rubio es la política republicana Rebeca Sosa. En 1994, fue elegida alcaldesa de West Miami, donde sigue viviendo. Entonces le gustaba “ayudar a los jóvenes que podían batallar”. Eso le pareció que haría aquel chico que se le presentó en el jardín en 1998 mientras colocaba las luces de Navidad.
El desparpajo de Marco Rubio llamó la atención de Sosa y también de Jeb Bush, que se presentaba entonces a gobernador de Florida por segunda vez (la primera, cuatro años antes, había perdido contra el gobernador demócrata Lawton Chiles).
Bush había conocido a Rubio durante la campaña fallida a presidente del senador Bob Dole en 1996. Difícilmente podía pensar que 20 años después aquel chico prometedor lo derrotaría en la carrera a la Casa Blanca. En las primeras elecciones del cubanoamericano en 1998, Bush firmó un cheque de 50 dólares a Rubio para una campaña en la que recaudó unos 10.000.
El trato afable de Sosa le ha ayudado a conseguir aliados de bandos muy distintos en la bronca política de Miami. Un político demócrata que se dice amigo suyo la llama “Betty Boop”.
Llegó a Florida en 1979 y cuenta que lo que la empujó a meterse en política fue un cáncer que le diagnosticaron con 28 años y por el que estuvo a punto de morir.
Siempre le había gustado solucionar los problemas de sus amigos y de sus vecinos. Era maestra, pero desde muy joven era voluntaria en residencias de ancianos y se ofrecía para negociar con quien hiciera falta. Ella llamaba a los funcionarios y a los políticos locales para interceder por otros. Mientras estaba en tratamiento, su padre y su marido la animaron a presentarse. Ella cree que su objetivo era crear una “distracción” para que no pensara en su enfermedad. Les hizo caso y acabó “enamorándose” de la política.
Hoy es difícil no encontrar a Sosa en un acto público de Rubio, al que considera su ahijado político desde aquella elección de 1998. En cada sala de su oficina, situada en un justo encima de una sucursal del Banco Interamericano, hay fotos de Rubio con Sosa, algunas dedicadas con palabras de agradecimiento a la “madrina” en inglés y en español.
Sosa también enseña fotos en su móvil, que lleva por detrás una pegatina con el logo de la campaña presidencial de Rubio: tiene imágenes del político con su hija recién nacida, de la boda del hijo de Sosa o del último acto con voluntarios de la campaña de su pupilo. Dice que hace mucho que no le llama “Marquito” y que pasó sin darse cuenta a llamarle primero “Marco” y luego “senador”. “Es mi bebé”, dice. “Tengo muchas personas que quiero, pero él siempre ha sido especial”.
Han pasado unos meses desde que Bush y Rubio se lanzaron a la carrera a la Casa Blanca y Sosa no cree que su discípulo hiciera mal en presentarse contra el ex gobernador. “Yo quiero mucho a Jeb pero a veces le digo [a Marco] que me voy a poner celosa: ‘La mentora política tuya fui yo y me estás quitando el título’”. ¿Debería haber esperado Rubio? “Nadie puede esperar por nadie. ¿Y por qué por Jeb?”