En su hogar en Siria, Yazan vivía con Zahra, su madre, su padre Farees y con Sami, su hermano mayor. Durante su tiempo libre trabajaba con Sami en una barbería. Damasco era para él un paraíso: tenía muchos amigos, algo de dinero y la libertad de un adolescente que vive en una ciudad cosmopolita.
Antes de la guerra y de la invasión del fundamentalismo religioso a su país, Yazan y su círculo tenían un estilo de vida moderado y liberal. Todos eran creyentes, pero seculares. “La religión se lleva por dentro, se lleva en el corazón y en la mente. No creo que tomar alcohol, tener novias, o escuchar rock pesado hagan de mí un mal musulmán. Yo amo a Dios, sin importar lo que otros digan”, dice Yazan.
Aún cuando el levantamiento en Siria estuvo caracterizado por posturas liberales y valores moderados, Yazan fue testigo de cómo las facciones más conservadoras y fundamentalistas fueron apoderándose de la revolución. Pronto se dio cuenta que aquella causa que lo motivó a luchar ya no existía, y comprendió que había llegado el momento de partir. Su odisea comenzó, entonces, en Turquía.