En un principio, Yazan era un partidario ferviente del Ejército Libre Sirio, pero pronto se fue decepcionando del camino que tomó la revolución. La radicalización religiosa y la violencia extrema llevaron a Yazan y a muchos otros jóvenes militantes a abandonar Siria y a buscar refugio en países como Turquía. El 16 de enero de 2013, Yazan cruzó la frontera norte de su país por primera vez, con miras a continuar sus estudios y buscar trabajo. Aunque el plan parecía simple, en términos prácticos, al cruzar la frontera turca la vida para él —o para cualquier inmigrante sirio— se complica: trabajos sin futuro, ninguna oportunidad de educación y un costo de vida alto.

Yazan se trasladó desde la ciudad de Bodrum, al Oeste de Turquía, al pueblo de Didim, en la provincia de Aydin, un popular lugar de vacaciones sobre la costa del mar Egeo. Su contrabandista, un sirio que trabaja para un jefe turco y responde al nombre de Abo Abdo, le cobró U$1,300 dólares por su pasaje hacia Europa. Yazan y 55 migrantes y refugiados más (17 de Siria y el resto de Irak) subieron a bordo de un bote inflable que navegó durante una hora hasta llegar a la isla griega de Farmakonisi, 10 kilómetros al oeste de la costa turca desde donde zarparon.

Al llegar, la guarda costera de Grecia los detuvo temporalmente y los llevó a la isla contigua de Leros, donde tuvieron que esperar durante todo el día antes de que los dejaran en libertad. Allí, cada uno pagó 60 euros para tomar una embarcación hacia el puerto de Piraeus, en Atenas, un recorrido de 317 kilómetros que duró 36 horas.

Yazan y sus compañeros de viaje tomaron un bus en Atenas y al cabo de 10 horas llegaron a la frontera con Macedonia. Atravesaron la frontera caminando y allí abordaron un tren que los dejó en la frontera con Serbia. Cruzaron en taxi y ya del otro lado, tomaron otro tren hasta Belgrado. Una vez allí, otro taxi les cobró 200 euros para llevarlos hasta la frontera con Hungría, cerca de un pueblo llamado Horgos, donde enfrentaron su primer gran obstáculo: el 16 de septiembre de 2015, las autoridades húngaras habían decidido cerrar el paso fronterizo con Serbia y repeler, por la fuerza, a los migrantes que intentaran cruzar. La caótica escena fue transmitida en vivo alrededor del mundo y Yazan estuvo en la mitad de la acción. Más de 10,000 refugiados que dormían a la intemperie, esperaron en vano a que el Gobierno de derecha de Hungría les permitiera atravesar ese país. Yazan esperó durante dos días, soportando el frío y el hambre, hasta que llegó el rumor que la frontera de Croacia seguía abierta y, por esa vía, se podía continuar el viaje hacia Alemania. Con un poco de suerte, Yazan llegó a tiempo y cruzó la frontera. Pasó un día en Croacia y, desde allí, fue relativamente sencillo pasar a Hungría para, finalmente, llegar a Austria.

Yazan detestó dormir en el frío y no poder utilizar un baño decente durante días enteros; además, durante todo el viaje, sus restricciones dietéticas de musulmán le redujeron aún más las opciones alimenticias. A las 9:00 de la mañana del 21 de septiembre de 2015, día que recuerda como “muy bueno”, Yazan finalmente cruzó la frontera de Alemania. Los esperaba la policía federal alemana con un bus que los transportó a un campo de refugiados en Wiesbaden, en el oeste del país. Allí Yazan y sus compañeros pasarían las siguientes semanas, dando así inicio a su proceso de petición de asilo.