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“La prioridad número uno es la salud. Cada individuo que llega al campo es sometido a un cuidadoso examen médico. La tuberculosis es la principal amenaza. La disciplina en el monitoreo es la clave para afrontarla.”

Yazan, Marwa y sus amigos lograron entrar a Alemania desde Austria, donde fueron recibidos por la Policía Federal Alemana y llevados a un campo de refugiados en Wiesbaden, 30 kilómetros al oeste de Frankfurt. Yazan pasó cinco semanas en ese campo antes de que lo enviaran a una vivienda temporal en un caserío cercano a Kassel.

El campo de Wiesbaden está controlado por un equipo de la Federación de Trabajadores Samaritanos (ASB, por sus siglas en alemán) que dirige Raphael, de 35 años, un paramédico y coordinador de ambulancias, con 12 años de experiencia en el área de atención de emergencias. Raphael trabaja con equipo de unas 30 personas que atienden a los refugiados y adecúan nuevos espacios para alojar a más personas: limpian, instalan literas, improvisan cuartos de juego para los niños y organizan actividades para los recién llegados. La edificación puede albergar hasta 300 refugiados al mismo tiempo. En el momento de esta entrevista habían 165.

Raphael explica que cuando llegan a la frontera nuevos refugiados, las autoridades alemanas los llevan a un campo de distribución en Geissen, les entregan un documento y luego traen a este campo a los que han sido asignados, usualmente sin aviso previo. Raphael describe este proceso como “un gran dolor de cabeza”: con mucha frecuencia debe acomodar varios buses llenos de gente en su campo y, además, muchas veces a las 3 o 4 de la mañana.

A pesar de las dificultades logísticas, Raphael dice que disfruta el trabajo, que es una buena oportunidad para aprender sobre protocolos de emergencia y sobre la manera de manejar grupos de gente en condiciones de vulnerabilidad. Enfatiza que sus “invitados” temporales deben comprender algo muy importante y es que, bajo su techo improvisado, “todos son iguales, sin importar su país de origen.” Cuando los nuevos refugiados llegan a su campo, él les advierte que ahora están en “su campo en Alemania” y que deben olvidarse de  Afganistán o Siria; “las reglas locales mandan aquí”, agrega.

Raphael comenta que, en los últimos meses, ha visto muchos marroquís y argelinos llegar a su campo con la intención de quedarse a vivir en Alemania. Sin embargo, cree que, eventualmente, el gobierno alemán los deportará por no provenir de países con conflictos activos, como Siria. Para él esta sería una medida correcta, pues los que vienen huyendo de la guerra y de la violencia extrema deben tener prioridad.

En Alemania, los gobiernos locales son los responsables de arrendar los espacios públicos disponibles -escuelas, edificios desocupados, complejos deportivos- y de adaptarlos para recibir refugiados. Después, contratan organizaciones como la Federación de Trabajadores Samaritanos o la Cruz Roja para administrarlos. Los gobiernos locales también costean los alimentos, las medicinas y cualquier otro elemento básico (prendas de invierno, por ejemplo) que necesiten sus huéspedes; a esto, eventualmente le agregan un estipendio semanal de 30 euros para cada adulto.

De acuerdo con Raphael, la respuesta de los ciudadanos alemanes frente a la llegada de los refugiados a sus pueblos y ciudades ha sido, en general, positiva. “A la mayoría de la gente le gusta que los refugiados estén aquí o, al menos, no se oponen a su presencia. Algunos vecinos ofrecen incluso donaciones o se proponen como voluntarios para labores comunitarias con ellos. Raphael piensa que el foco de la hostilidad contra los migrantes viene de Alemania oriental, donde hay “gente estúpida que aún vive en la época de Hitler”. Ellos han activado movimientos de extrema derecha, tales como PEGIDA, con base en Dresden, un pequeño grupo que ha causado gran impacto en los medios por sus posiciones incendiarias y sus actitudes agresivas.

Según Raphael, en Weisbaden las únicas quejas que han recibido son con respecto a la llegada de buses con refugiados a altas horas de la noche, enviados por el gobierno, los cuales hacen mucho ruido y despiertan a los vecinos.

Yazan nos trajo a su campo porque todavía tiene buenos recuerdos del tiempo que pasó en Weisbaden. Nos contó, por ejemplo, que él ayudó a Raphael como traductor del árabe al inglés. Le comentamos esto a Raphael, y logramos que, con alguna confianza, nos hablara sobre las amistades que ha entablado aquí desde septiembre de 2015, cuando abrieron el campo. La mayoría de “inquilinos” tiende a permanecer en el campo durante cuatro o cinco semanas; de ahí son trasladados a otros lugares de vivienda temporal. La responsabilidad de Raphael termina en los límites del edificio de la escuela acondicionada como campo de refugiados. Quienes allí viven tienen permiso de salir y caminar por la ciudad y nadie los obliga a hacer nada que no quieran. La única condición que se les impone es la de pasar la noche en el campo. Si un refugiado decide abandonar el campo y continuar el viaje por su cuenta, renuncia a su proceso de registro y petición de asilo y automáticamente pasa a un estado de ilegalidad que puede traerle problemas con las autoridades europeas.

Raphael nos cuenta que muchos de los que han pasado por este campo han desaparecido sin dejar rastro. Entre los grupos de refugiados circulan con frecuencia rumores sobre rutas alternativas y mejores destinos. Por ejemplo, algunos intentan llegar a los países escandinavos, donde —según dicen— las perspectivas de una nueva vida son mejores que en Alemania. En todo caso, es imposible saber el paradero de todos aquellos que deciden seguir su propio camino, buscando una mejor oportunidad de vida.

En este campo de refugiados, Yazan durmió en un salón de clases con once personas más, antes de ser enviado a su hogar provisional en Ostheim, un pueblo diminuto cerca de la ciudad de Kassel.

Zenia nació en un campo de refugiados de la Cruz Roja alemana cerca a Dusseldorf, que ahora alberga más de 700 personas. A diferencia de las leyes migratorias estadounidenses, el código alemán determina que las personas que nacen en territorio de ese país, no reciben la nacionalidad alemana automáticamente. Aún si Zenia nació en Alemania, su destino dependerá de la aplicación de asilo de sus padres: podría crecer en Europa o ser forzada a volver al país de origen de su familia.

“No teníamos un manual para esto” — Los retos de enfrentar la crisis de los refugiados

Al día de hoy, casi un millón de refugiados han llegado a Alemania. Se trata de una migración masiva y el reto más grande que han enfrentado en las últimas décadas las autoridades de ese país.

Alemania funciona bajo un esquema de gobierno federal y no todos los estados están en capacidad de recibir el mismo número de refugiados. Es por ello que las autoridades han creado un sistema que busca la distribución equilibrada de migrantes según las características de cada estado. Esta fórmula tiene en cuenta factores como el tipo de población local y el espacio libre para el alojamiento de refugiados. Así, por ejemplo, solo el estado de Renania, ubicado en el Norte-Westfalia y cuya capital es Dusseldorf, ha recibido el 21% de todos los refugiados que han llegado al país hasta hoy.

Rainer Keller, el jefe de operaciones de la Cruz Roja alemana en el condado de Wasel, tiene a su cargo un enorme campo de refugiados, cerca de Dusseldorf, que actualmente aloja a más de 700 personas. Keller recibe buses llenos de migrantes que llegan de los centros de recepción en la frontera y los acomoda en un edificio de oficinas desocupado y en un lote adyacente, que el Gobierno del condado le arrendó a una compañía de construcción en bancarrota.

El equipo del señor Keller —unos doce trabajadores de la Cruz Roja y unos cuantos guardias de seguridad— se ocupan de todas las tareas propias del buen funcionamiento del campo: desde registrar el ingreso de los refugiados, hasta proporcionarles prendas adecuadas y alimentos a los más de 700 inquilinos de este refugio de emergencia. Administrar este lugar es extremadamente complejo: muchos migrantes entran y salen constantemente, no todos hablan el mismo idioma y, además, conflictos entre grupos culturalmente distintos explotan con gran facilidad. Hombres jóvenes, niños, mujeres embarazadas y personas mayores, de distintas nacionalidades, viven juntos en un lugar que podría convertirse en una gigantesca olla a presión.

KITsm

Kit de higiene para niños, entregado por la Cruz Roja en el campo de refugiados de Renania del Norte-Westfalia.

La prioridad número uno es la salud. Cada individuo que llega al campo es sometido a un cuidadoso examen médico. La tuberculosis es la principal amenaza y la clave para enfrentarla es la estricta disciplina en el monitoreo. Después de ese largo viaje en condiciones extremas -durmiendo a la intemperie, con poco alimento-, la mayoría de los refugiados padece de enfermedades respiratorias y de un debilitado sistema de defensas no les permiten tener una pronta recuperación.

El señor Keller tiene una vasta experiencia liderando operaciones de socorro en desastres masivos como el terremoto de Haití. Y gracias a personas como él, ha funcionado sin mayores contratiempos el sistema establecido desde 2010 para enfrentar el flujo masivo de refugiados hacia Alemania.

“La prioridad número uno es la salud. Cada individuo que llega al campo es sometido a un cuidadoso examen médico. La tuberculosis es la principal amenaza. La disciplina en el monitoreo es la clave para afrontarla.”

Yazan, Marwa y sus amigos lograron entrar a Alemania desde Austria, donde fueron recibidos por la Policía Federal Alemana y llevados a un campo de refugiados en Wiesbaden, 30 kilómetros al oeste de Frankfurt. Yazan pasó cinco semanas en ese campo antes de que lo enviaran a una vivienda temporal en un caserío cercano a Kassel.

El campo de Wiesbaden está controlado por un equipo de la Federación de Trabajadores Samaritanos (ASB, por sus siglas en alemán) que dirige Raphael, de 35 años, un paramédico y coordinador de ambulancias, con 12 años de experiencia en el área de atención de emergencias. Raphael trabaja con equipo de unas 30 personas que atienden a los refugiados y adecúan nuevos espacios para alojar a más personas: limpian, instalan literas, improvisan cuartos de juego para los niños y organizan actividades para los recién llegados. La edificación puede albergar hasta 300 refugiados al mismo tiempo. En el momento de esta entrevista habían 165.

Raphael explica que cuando llegan a la frontera nuevos refugiados, las autoridades alemanas los llevan a un campo de distribución en Geissen, les entregan un documento y luego traen a este campo a los que han sido asignados, usualmente sin aviso previo. Raphael describe este proceso como “un gran dolor de cabeza”: con mucha frecuencia debe acomodar varios buses llenos de gente en su campo y, además, muchas veces a las 3 o 4 de la mañana.

A pesar de las dificultades logísticas, Raphael dice que disfruta el trabajo, que es una buena oportunidad para aprender sobre protocolos de emergencia y sobre la manera de manejar grupos de gente en condiciones de vulnerabilidad. Enfatiza que sus “invitados” temporales deben comprender algo muy importante y es que, bajo su techo improvisado, “todos son iguales, sin importar su país de origen.” Cuando los nuevos refugiados llegan a su campo, él les advierte que ahora están en “su campo en Alemania” y que deben olvidarse de  Afganistán o Siria; “las reglas locales mandan aquí”, agrega.

Raphael comenta que, en los últimos meses, ha visto muchos marroquís y argelinos llegar a su campo con la intención de quedarse a vivir en Alemania. Sin embargo, cree que, eventualmente, el gobierno alemán los deportará por no provenir de países con conflictos activos, como Siria. Para él esta sería una medida correcta, pues los que vienen huyendo de la guerra y de la violencia extrema deben tener prioridad.

En Alemania, los gobiernos locales son los responsables de arrendar los espacios públicos disponibles -escuelas, edificios desocupados, complejos deportivos- y de adaptarlos para recibir refugiados. Después, contratan organizaciones como la Federación de Trabajadores Samaritanos o la Cruz Roja para administrarlos. Los gobiernos locales también costean los alimentos, las medicinas y cualquier otro elemento básico (prendas de invierno, por ejemplo) que necesiten sus huéspedes; a esto, eventualmente le agregan un estipendio semanal de 30 euros para cada adulto.

De acuerdo con Raphael, la respuesta de los ciudadanos alemanes frente a la llegada de los refugiados a sus pueblos y ciudades ha sido, en general, positiva. “A la mayoría de la gente le gusta que los refugiados estén aquí o, al menos, no se oponen a su presencia. Algunos vecinos ofrecen incluso donaciones o se proponen como voluntarios para labores comunitarias con ellos. Raphael piensa que el foco de la hostilidad contra los migrantes viene de Alemania oriental, donde hay “gente estúpida que aún vive en la época de Hitler”. Ellos han activado movimientos de extrema derecha, tales como PEGIDA, con base en Dresden, un pequeño grupo que ha causado gran impacto en los medios por sus posiciones incendiarias y sus actitudes agresivas.

Según Raphael, en Weisbaden las únicas quejas que han recibido son con respecto a la llegada de buses con refugiados a altas horas de la noche, enviados por el gobierno, los cuales hacen mucho ruido y despiertan a los vecinos.

Yazan nos trajo a su campo porque todavía tiene buenos recuerdos del tiempo que pasó en Weisbaden. Nos contó, por ejemplo, que él ayudó a Raphael como traductor del árabe al inglés. Le comentamos esto a Raphael, y logramos que, con alguna confianza, nos hablara sobre las amistades que ha entablado aquí desde septiembre de 2015, cuando abrieron el campo. La mayoría de “inquilinos” tiende a permanecer en el campo durante cuatro o cinco semanas; de ahí son trasladados a otros lugares de vivienda temporal. La responsabilidad de Raphael termina en los límites del edificio de la escuela acondicionada como campo de refugiados. Quienes allí viven tienen permiso de salir y caminar por la ciudad y nadie los obliga a hacer nada que no quieran. La única condición que se les impone es la de pasar la noche en el campo. Si un refugiado decide abandonar el campo y continuar el viaje por su cuenta, renuncia a su proceso de registro y petición de asilo y automáticamente pasa a un estado de ilegalidad que puede traerle problemas con las autoridades europeas.

Raphael nos cuenta que muchos de los que han pasado por este campo han desaparecido sin dejar rastro. Entre los grupos de refugiados circulan con frecuencia rumores sobre rutas alternativas y mejores destinos. Por ejemplo, algunos intentan llegar a los países escandinavos, donde —según dicen— las perspectivas de una nueva vida son mejores que en Alemania. En todo caso, es imposible saber el paradero de todos aquellos que deciden seguir su propio camino, buscando una mejor oportunidad de vida.

En este campo de refugiados, Yazan durmió en un salón de clases con once personas más, antes de ser enviado a su hogar provisional en Ostheim, un pueblo diminuto cerca de la ciudad de Kassel.

Zenia nació en un campo de refugiados de la Cruz Roja alemana cerca a Dusseldorf, que ahora alberga más de 700 personas. A diferencia de las leyes migratorias estadounidenses, el código alemán determina que las personas que nacen en territorio de ese país, no reciben la nacionalidad alemana automáticamente. Aún si Zenia nació en Alemania, su destino dependerá de la aplicación de asilo de sus padres: podría crecer en Europa o ser forzada a volver al país de origen de su familia.

“No teníamos un manual para esto” — Los retos de enfrentar la crisis de los refugiados

Al día de hoy, casi un millón de refugiados han llegado a Alemania. Se trata de una migración masiva y el reto más grande que han enfrentado en las últimas décadas las autoridades de ese país.

Alemania funciona bajo un esquema de gobierno federal y no todos los estados están en capacidad de recibir el mismo número de refugiados. Es por ello que las autoridades han creado un sistema que busca la distribución equilibrada de migrantes según las características de cada estado. Esta fórmula tiene en cuenta factores como el tipo de población local y el espacio libre para el alojamiento de refugiados. Así, por ejemplo, solo el estado de Renania, ubicado en el Norte-Westfalia y cuya capital es Dusseldorf, ha recibido el 21% de todos los refugiados que han llegado al país hasta hoy.

Rainer Keller, el jefe de operaciones de la Cruz Roja alemana en el condado de Wasel, tiene a su cargo un enorme campo de refugiados, cerca de Dusseldorf, que actualmente aloja a más de 700 personas. Keller recibe buses llenos de migrantes que llegan de los centros de recepción en la frontera y los acomoda en un edificio de oficinas desocupado y en un lote adyacente, que el Gobierno del condado le arrendó a una compañía de construcción en bancarrota.

El equipo del señor Keller —unos doce trabajadores de la Cruz Roja y unos cuantos guardias de seguridad— se ocupan de todas las tareas propias del buen funcionamiento del campo: desde registrar el ingreso de los refugiados, hasta proporcionarles prendas adecuadas y alimentos a los más de 700 inquilinos de este refugio de emergencia. Administrar este lugar es extremadamente complejo: muchos migrantes entran y salen constantemente, no todos hablan el mismo idioma y, además, conflictos entre grupos culturalmente distintos explotan con gran facilidad. Hombres jóvenes, niños, mujeres embarazadas y personas mayores, de distintas nacionalidades, viven juntos en un lugar que podría convertirse en una gigantesca olla a presión.

KITsm

Kit de higiene para niños, entregado por la Cruz Roja en el campo de refugiados de Renania del Norte-Westfalia.

La prioridad número uno es la salud. Cada individuo que llega al campo es sometido a un cuidadoso examen médico. La tuberculosis es la principal amenaza y la clave para enfrentarla es la estricta disciplina en el monitoreo. Después de ese largo viaje en condiciones extremas -durmiendo a la intemperie, con poco alimento-, la mayoría de los refugiados padece de enfermedades respiratorias y de un debilitado sistema de defensas no les permiten tener una pronta recuperación.

El señor Keller tiene una vasta experiencia liderando operaciones de socorro en desastres masivos como el terremoto de Haití. Y gracias a personas como él, ha funcionado sin mayores contratiempos el sistema establecido desde 2010 para enfrentar el flujo masivo de refugiados hacia Alemania.

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